En la agonía de la vida las fuerzas apenas le daban, pero logró levantarse y llegar al pasillo; el espacio de sus recuerdos. Allí, colgaba la foto que alimentaba su alma. La tomó en las manos y mirándola fijamente, confesó su infortunio:
- Todavía me pregunto: ¿dónde está nuestra historia?
La respuesta no llegó. Un tornado de emociones arreciaba en su interior; detener la conmoción era imposible. De inmediato, comenzó a llorar. Las compuertas de sus ojos se abrieron como represa en tempestad. Retratos de los instantes compartidos atiborraban su memoria.
El consuelo se dilataba. Entonces frente a las cenizas que guardaba en un viejo jarrón respiró, como si fuera su última vez, y reclamó:
- ¿No que viviríamos felices por siempre?
Amén.